viernes, 19 de noviembre de 2010

Yo sé que la solución a los problemas que no son más que sensaciones propias sin razón de ser (o con una razón muy personal) es siempre esperar y esperar. A qué me refiero. Mis problemas no involucran a terceros (que ellos sepan o deban saber), tampoco son verdaderamente dificultosos ni tristes, no se generan en base a ningún hecho desafortunado de mi vida, ni existe ninguna herramienta más que mi mente para resolverlos. No son problemas, son como piedritas en mi zapato existencial que me hacen sentir como dentro de la caja sucia en la que lo compré, y no caminando feliz por la vida como debería. Como por ejemplo, entender de una vez por todas que Juancito Spot quizás nunca jamás me vuelva a dar bola, o revivir el fin del secundario pero desde lejos, dos años después y a la vuelta del colegio genera algo de melancolía y patéticas ganas de participar, o porqué no, el pensamiento horrible de que la única vez que sentí que Pancho efectivamente me tiraba onda y se me podía dar, se cogió a la mina más minón de Córdoba, el sueño de todo hombre. Son cosas como estas, que van surgiendo en la marcha de mi vida y que mi mente las permite dando rienda suelta a mis inseguridades, nostalgias y anhelos superficiales más profundos (contradictorio?). Yo en todos estos casos ya estoy acostumbrada a lidiar con la tensión y estrés momentáneos que se me producen ante hechos semejantes y sé que el único alivio reside en esperar y hacer las cosas bien y saberme bien, quererme bien, gustarme bien y que el mundo solo se va a acomodar para darme algo que me merezca acorde al esfuerzo que haga. Y believe me, me estoy esforzando.
Pero (SIEMPRE hay un pero)(ahora que lo pienso, será que soy yo la que siempre pone peros?)
hay veces
que simplemente
no quiero esperar más.

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Usted acaba de escuchar parte de la conversación casi interminable conmigo misma que durará toda mi vida y cuyo archivo comparto con la nada virtual. Siéntase libre de opinar del tema en cuestión.